que se puede decir que lo eran todos,
en el cual por ley justa se previno:
-Ninguno cate el vino-.
Con júbilo el más loco
aplaudióse la ley, por costar poco;
acatarla después ya es otro paso;
pero en fin, es el caso
que la dieron un sesgo muy distinto,
creyendo que vedaba sólo el tinto,
y del modo más franco
se achisparon después con vino blanco.
Extrañando que el pueblo no la entienda,
el Senado a la ley pone una enmienda,
y a aquello de: Ninguno cate el vino,
añadió, blanco, al parecer, con tino.
Respetando la enmienda el populacho,
volvió con vino tinto a estar borracho,
creyendo por instinto ¡mas qué instinto!
que el privado en tal caso no era el tinto.
Corrido ya el Senado,
en la segunda enmienda, de contado,
-Ninguno cate el vino,
sea blanco, sea tinto -les previno;
y el pueblo, por salir del nuevo atranco,
con vino tinto entonces mezcló el blanco;
hallando otra evasión de esta manera,
pues ni blanco ni tinto entonces era.
Tercera vez burlado,
-No es eso, no, señor -dijo el Senado-:
o el pueblo es muy zoquete o muy ladino:
se prohíbe mezclar vino con vino-.
Mas ¡cuánto un pueblo rebelado fragua!
¿Creeréis que luego lo mezcló con agua?
Dejando entonces el Senado el puesto,
de este modo al cesar dio un manifiesto:
La ley es red, en la que siempre se halla
descompuesta una malla,
por donde el ruin, que en su razón no fía,
se evade suspicaz... ¡Qué bien decía!
Y en lo demás, colijo
que debiera decir, si no lo dijo:
Jamás la ley enfrena
al que a su infamia su malicia iguala:
si se ha de obedecer, la mala es buena;
mas si se ha de eludir, la buena es mala.
Ramón de Campoamor y Campoosorio (Navia, Asturias 24/09/1817 - Madrid 11/02/1901)
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