Naciste, hijo de la vid,
como de tierra santa,
como un hijo del Padre,
más allá del amor o de la muerte,
antes del altar
que beatifica al hombre.
Naciste como abrazo
en la exquisita forma de los cuerpos,
a veces como triunfo
para salvar el alma
o quizás entregarla al pobre diablo.
Para mi gozo
te tomo sin medida.
Y no elijo otro templo
para mi última fiesta.
Me bastará el color de los racimos,
estos que queman como amores
y destruyen,
o te embriagan de luz en una noche.
Aprendiz de tu aroma,
ya convertido en sangre,
te nombro rey del cristal
en la presencia de mis hijos.
Pepa Nieto, poeta gallega contemporánea.