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Quito; Bernal; Córdoba, Tunuyán; Barcelona; etc. (y todo otro lugar del mundo donde existan buenos vinos), Buenos Aires (Pcia. y Ciudad Autónoma); Córdoba (Argentina); Pichincha (Ecuador); Tunuyán (Mendoza);, Argentina
y además de enólogos, también al mismo tiempo psicologos, sommeliers, geólogos, licenciados y técnicos, de Argentina repartidos en el mundo

miércoles, 23 de marzo de 2011

Dame vino, toresana

Dame vino, toresana


Diez Décimas (de Federico Acosta Noriega, España 1908-1985)


Dame vino, toresana,
de ese que nace en tus pagos
entre los mimos y halagos
de la tierra zamorana.

Dale vino a quien se ufana
ser el más viejo arriero
de todo el curso del Duero,
que cuando va de camino
lleva en su bota tu vino
como el mejor compañero.

Tordesillas, la primera,
es quien se acoge a tu fama
y ya tu vino se llama,
de Toro, hasta la frontera;
y así en toda la ribera
en esta parte del Duero
tu nombre es el verdadero
que a las viñas engalana

.-De este vino, toresana,
es el vino que yo quiero.

Este es vino de Castilla
en el que el placer se baña
y por ser vino de España
siempre por su gloria brilla.

De Toro, la maravilla,
le da estirpe soberana
y a la condición humana,
él, le da temple de acero.

De este vino es el que quiero,
dame vino, toresana.

Tu profesión labradora
nos hace el mejor servicio
dando al vino con tu oficio
nobleza que el hombre adora,
pues nadie en el mundo ignora
que al vino con su destino
lo hace noble el campesino
que a su nobleza lo hermana.

Dame vino, toresana,
porque quiero de tu vino.

En el yantar cotidiano,
junto al pan de cada día,
yo quiero a la vera mía
un buen tinto toresano.

Y quiero tenerlo a mano
al arar los labrantíos
y al trabajar los plantíos
desde el abrir la mañana.

Dame vino, toresana,
de esos pagos que son míos.

Tengo un vino muy anciano
encerrado en mi bodega
esperando a ver si llega
un festejo toresano.

Y también lo tengo a mano
por si te casas un día,
el beber vino a porfía
en tu boda de aldeana.

Dame vino, toresana,
del vino de la alegría.

En la feria de Zamora
he de vender mis corderos
pues la falta de dineros
es tradición labradora;
y en mi robla, por ahora,
vino de Toro es boato
que impide vender barato
pues se compra con más gana.

Dame vino, toresana,
para que salga un buen trato.

Yo te invito a vendimiar
mi viña de Villalbí
porque los racimos vi
a punto de madurar.

Llévalos pronto al lagar
que serán vino mañana,
un tinto color de grana
que es el Toro verdadero.

De ese vino es el que quiero,
dame vino, zamorana.

Dicen que soy fanfarrón
cuando bebo de tu vino
pues toman por desatino
lo que solo es ilusión.

Es verdad que el corazón
me lo llena de alegría
y tengo palabrería
para hacer rima galana.

Dame vino, toresana,
que lo volveré poesía.

En Mari Alba la Baja
tengo de herencia un viña,
adorno de la campiña
y honor de quien la trabaja.

Es tan preciada esta alhaja
que no la cambio por oro;
la guardo como un tesoro
por si la quieres, sultana,
que el mejor vino de Toro
te lo brindo, toresana.

sábado, 12 de marzo de 2011

Leyenda persa sobre el origen del vino

Leyenda persa sobre el origen del vino


(El rey Jamsheed, imagen tomada de Wikipedia)

Las tradiciones orales que nutren a la humanidad desde sus remotos orígenes proliferaron en infinitas leyendas. La motivación siempre fue transmitir y preservar la sabiduría de los pueblos antes de la invención de la escritura. Un evento tan trascendente como la invención del vino generó incontables relatos populares. Entre ellos se destaca una leyenda persa, originada entre los montes Zagros y el Cáucaso, allí donde se afirma surgió la “Vitis vinífera sylvestris”.

Cuentan que en la antigua Persia, hace varios milenios, el rey Djemchid (1) gustaba muchísimo de las uvas, tanto que exigía tener siempre cerca una tinaja con racimos. Sus sirvientes se esforzaban por abastecer la cocina real con diferentes tipos de uvas, originados en diversos parajes del reino, a fin de que el soberano tuviera durante todo el año su fruta favorita.

Las frutas se almacenaban en tinajas de barro. Una vez sucedió que una de esas vasijas fue olvidada en un rincón, y pasadas unas semanas, un sirviente la halló. Al destaparla observó que la mayoría de los granos se habían roto liberando el mosto y en el fondo del recipiente se había acumulado un líquido turbio y burbujeante, de un olor extraño y picante desconocido para sus sentidos. Ignorando que proceso había ocurrido y temiendo que fuera algo nocivo, apartó dicha tinaja, la precintó y le colocó un cartel con la palabra “veneno”.

El rey habitaba en su palacio con un harem de numerosas esposas. La leyenda que relatamos aquí tiene dos versiones. Una de ellas cuenta que una de las esposas estaba muy deprimida, porque el rey evitaba su compañía debido a su carácter triste y melancólico. La otra versión relata que esa princesa vivía atormentada por frecuentes dolores de cabeza, para los que no encontraba cura. Cualquiera fuera la explicación correcta, la historia nos relata que esta princesa, cuyo nombre se perdió en los laberintos del tiempo, decidió terminar con sus penas, suicidándose.

Una instancia fue tomar la decisión: otra, encontrar cómo llevarlo a la práctica. Se dice que subió a la torre más alta, pero no pudo arrojarse al vacío por el oportuno conjuro del vértigo, tal vez por temor quedar horriblemente desfigurada. Algo similar le ocurría con las dagas o las espadas, que le producían temor y rechazo. Pero un día, en que la depresión o la jaqueca se tornaron insoportables, corrió a la cocina del palacio para buscar un cuchillo cómplice de su delirio autodestructivo. Mientras escudriñaba en los escaparates, descubrió la tinaja que el encargado de cocina había apartado. Titubeó un poco, y bebió parte del “liquido-veneno”.

Lejos de sufrir los terribles dolores que imaginaba precedían a la muerte, la embrigó una sensación de bienestar que le hizo olvidar sus penas. La depresión o la jaqueca desaparecieron, y corrió entonces por el palacio, feliz, cantando y danzando. Pronto llegó a oídos del rey la noticia de la prodigiosa cura. Intrigado, el rey Djemchid ordenó que acudiera inmediatamente a su presencia. Le preguntó sobre los hechos, y la princesa le contó de su padecer, de su decisión mortal, de la tinaja y del supuesto veneno.

Extrañado, él también bebió de la mágica pócima y experimentó sus sorprendentes efectos. Cuentan que entones el rey decretó que parte de las uvas cultivadas en Persépolis se emplearan en la elaboración de vino,  desde entonces ese zumo fermentado fue llamado "medicina real" y tenido en la más alta estima por los persas.

Joven persa virtiendo vino (mei en persa) en una copa, puede verse además sobre la mesa un melocotón (símbolo culinario de Persia). (Imagen tomada de Wikipedia)


Nota:
(1)  Jamshid, Yemshid, Jamsheed, Jamsed... en esta leyenda anónima hay tantas versiones de la historia como del nombre del rey