Vi a Baco, sí (generación futura,
tú lo creerás), que en ásperas guaridas
cánticos a las ninfas enseñaba;
por la densa espesura
sus orejas erguidas
el caprípede sátiro mostraba.
¡Evah! aún tiemblo del pavor reciente;
mas temblando palpita complacido
mi corazón, que el Dios ha subyugado.
Piedad, Baco potente,
piedad, ya estoy rendido;
temible, ¡oh tú!, del grave tirso armado.
¡Ah! Puedo ya las tiadas salaces
cantar, del vino la escondida fuente,
la dulce leche en abundosos ríos,
y las mieles fugaces,
que el tronco refulgente
destiló de sus cóncavos vacíos.
Cantaré de tu esposa afortunada
la corona nupcial, que lucir veo,
gloria añadida a la mansión divina;
y a tu voz asolada
la casa de Penteo,
y del tracio Licurgo la ruina.
Tú el golfo, tú las bárbaras riberas
domaste; tú beodo en apartadas
cumbres de las bistónides sañudas
las densas cabelleras,
al hombro derramadas,
con inocentes víboras anudas.
Tú, cuando por montañas eminentes
el bando de terrígenas impío
el Olimpo escaló, de garra armado
y de leoninos dientes,
en el Cocito umbrío
a Reco el fiero derribaste osado.
Aunque no de guerrero esclarecido
renombre hubieses, Dios de los placeres,
de la festiva danza y los solaces,
no en combates temido;
mas tú, glorioso, eres
árbitro de la guerra y de las paces.
De áurea punta la frente coronando
te vio el Cerbero en la tartárea roca;
muere el ladrido en su feroz garganta,
y manso coleando
con la trilingüe boca
halagó al irte tu divina planta.
poema de Don Alberto Lista (Sevilla 1775-1848)
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