Si el vino viene, viene la vida:
vengo a tu viña, tierra querida.
Quiero morirme cantando
bajo tu parra madura
y que me entierren al alba
regao de vino mi tumba.
Quisiera dejar mis huesos
bajo el cielo mendocino,
que mi sangre y mis cenizas
vuelvan camino del vino.
Qué triste ha de ser morir
y no volver nunca más,
pero es tan linda la vida,
pero es tan chulo el camino,
que si me muero algún día
entiérrenme en Mendoza,
en San Juan, allá en la Rioja,
en Cayafate la Hermosa,
¡que en vino habré de volver!
Y cuando lloren las viñas
para que rían los hombres,
habré de llenar las copas,
y habré de besar las bocas
de los viejos compañeros
o tal vez de la que quiero
y no me pudo querer...
y en una noche de farra
cuando lleven la guitarra
si ven al vino llorar
déjenlo llorar su pena
que en la lágrima morena
¡como nunca he de cantar!
La vida es un vino amargo,
dulce en jarra compartida:
que aquel que nada pa’dentro
se ahoga solito en la vida.
Horacio Guarany (Las Garzas, Santa Fe, 15 de mayo de 1925 - Luján, Buenos Aires, 13 de enero de 2017)
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